viernes, 23 de septiembre de 2011

Práctica - Semana 3

Susceptible al calor




Todo comenzó la mañana calurosa de un 6 de enero. Los rayos del sol atravesaban mis pupilas como el más inicuo de los fenómenos brillantes. Su resplandor advertía la llegada de un día sucumbido ante la incertidumbre, para algunos excitante, no siendo este el caso de este querido servidor. La agonía de abrir los ojos fue perpetuada por el estremecedor sonido del despertador, del cual no podré escribir más debido a la finalidad de su existencia tan solo unos pocos segundos después.


Mi teléfono celular marca Motorola hizo su aparición ante mi mirada alertándome de una llamada producto de la agobiante impaciencia de uno de mis más cercanos amigos, también conocido como José. Como es costumbre de este apasionado planeador, la idea de realizar un recorrido a la montaña endulzó mis oídos, especialmente cuando el nombre Marta recorrió mis tímpanos hasta plantarse cálidamente en mi inquieta imaginación. Corté la conversación antes que José pudiera despedirse y más veloz que un rayo me zambullí en la ducha con una agilidad solo presenciada en las películas del famoso Jackie Chan.

Aseguré mi vestuario con prendas complementarias considerando la ocasión y el calor del día, tomé el usual juguito mañanero y antes que la última gota cruzara por mi garganta la bocina de un carro me obligó a asomarme por la ventana de mi casa. Era José muy bien acompañado de su novia y en la parte trasera del vehículo nada más y nada menos que el motivo de mi estrepitoso despertar. Con el clásico saludo consistente de un par de cejas y un movimiento rápido de la cabeza hice mi entrada triunfante en dirección a Marta. Oh, ¡cómo anhelaba besar esos carnosos labios pero por supuesto mi brillante personalidad impedía un encuentro cercano aprisionando esta perfecta imagen en la galería de mi imaginación.

Nuestras miradas se entrelazaron a lo largo del recorrido. Mis ojos se tornaron inquietos y como es costumbre durante situaciones de intenso estrés, mi cuerpo tomó el control y con un giro veloz mi mano derecha tocó la suya. A pesar del sudor que recorría mis dedos, Marta me sujetó y con un suspiro puso su cabeza sobre mi hombro. Pasaron cinco minutos antes que el carro se detuviera, los mejores cinco minutos de mi vida, hasta el momento.

Caminamos por un sendero cubierto de barro y hojas. Conforme avanzábamos, la luz que alguna vez reinaba se volvía tenue y a pesar de una suave brisa que se filtraba entre los árboles, el calor parecía jactarse de azotar con persistencia cada milímetro de mi cuerpo. Mis zapatos se hundían levemente en el terreno pantanoso y a pesar de mis esfuerzos por seguirle el paso a los demás, el cansancio fue capaz de dominarme y tuve que sentarme en una roca estratégicamente planteada entre un montazal.

Cuando reanudé el recorrido, mis compañeros ya se habían alejado. No sabía dónde se encontraban y después de vagar perdidamente resbalé con un zapato con una imagen de "Hello Kitty" dibujada con marcador de color rosa. Le pertenecía a Marta. Me acerqué un poco más y a lo lejos pude divisar la silueta de una mujer desnuda lavándose cuidadosamente su cuerpo. Allí estaba ella, solo que esta vez posaba tal como Dios la trajo al mundo. Sentí un nudo pasar por mi garganta y sigilosamente tomé mi teléfono celular y grabé todo lo ocurrido. Antes que los lectores asuman lo peor de este escritor, pregúntense, ¿qué hubieran hecho en mi lugar?

Un hormigueo recorrí mi cuerpo de arriba para abajo y el calor que perseveró en mí durante horas se intensificó y de repente el celular que se encontraba aprisionado en mi mano encontró su libertad. No pude evitarlo. El sudor se expandió y este combinado con mi torpeza innata me traicionaron nuevamente. El sonido que produjo al caer hizo que llamó la atención de Marta la cual se dirigió en mi dirección. Despavorido corrí y sin percatarme del camino resbaloso tropecé mas no me importó. Ya había corrido lo suficiente como para asegurar mi identidad. Regresé al auto solo para darme cuenta que había olvidado mi celular en la escena del crimen. Pero ya era muy tarde. No tenía las agallas para regresar. supongo que no quería abrir ninguna sospecha. Lo mejor era quedarme allí y preparar mi coartada para cuando mis amigos regresaran. Una hora después mis tres compañeros salieron de entre los árboles. Tan solo les dije que me perdí y tras mucho buscar encontré el camino de vuelta. Fue vergonzoso pero nada comparado a la realidad.

Al día siguiente regresé pero esta vez sin ninguna compañía. Mi misión, hallar el celular que contenía las escenas reveladoras de mi encuentro cercano.  Busqué entre hojas y llené mis uñas de fango pero nada. Traté de resolver la situación en mi cabeza, darle algún tipo de explicación razonable. Pero al igual que mi celular, esta fue una causa perdida. Tal vez...          
    




2 comentarios:

  1. Muy buena esa crónica. Pero... lo deja a uno pensando en el qué paso? Lo único que noto, desde el punto de vista técnico, es que debes evitar la exagerada adjetivación, es decir, el uso de muchos adjetivos que le restan fuerza expresiva. Hay que utilizar muy pocos adjetivos en un artículo, casi sólo para el gasto. El Profesor.

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  2. Se me olvidaba, el título es bastante bueno, sugestivo, aunque no me precisa el contenido del escrito, es decir, no me lo indica. Otra cosa, en periodismo los títulos no se subrayan, se les deja así, abiertos. En este caso, en el título la palabra "calor" no debía ir con mayúscula.

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